Un haiku para Edward Sapir

古池や / 蛙飛び込む / 水の音
furu ike ya / kawazu tobikomu / mizu no oto
El viejo estanque, !ah! / salta un sapo / el sonido del agua

Matsuo Bashō

S.S. es uno de esos blogueros amargados que creen que la Humanidad es idiota. No se equivoca en su diagnóstico, pero le fallan las razones. La estupidez humana es un hecho fácil de constatar; lo difícil, y a la vez importante, es saber explicarla. S.S. necesita sentirse superior a la plebe, pero la única forma que tiene de conseguirlo consiste en atesorar pequeños agravios: nuestro personaje abomina, por ejemplo, de las personas que comparten el primer plato en un restaurante (sic) y de quienes duermen ocho horas, y considera imbéciles a quienes usan emoticonos al escribir. Esta última tontería es la que ha dado pie a este artículo.

No es que a un servidor le apasionen los emoticonos. No se me ocurriría usarlos en un currículo ni en una novela. En un correo, sí. Como no soy ni Tolstoi ni Flaubert, no me va mal aclarar la intención de lo que acabo de escribir con una carita sonriente, y es que a veces las palabras son ambiguas y traicioneras. Curiosamente, me cuido más de no usarlos cuando escribo a mis sobrinos que cuando escribo a un adulto.

Sapirism is not a medical condition

Edward Sapir, haciendo publicidad a las gafas y la gomina

Edward Sapir, presumiendo de gafas y gomina

En realidad, la pataleta original de nuestro elitista de aldea estaba dirigida contra el uso de Twitter, WhatsApp y esas cosas que te obligan a escribir rápido y con abreviaturas. Y la hipótesis del amargado era que los twitteros terminan «pensando» tal y como escriben. Aunque dudo que el individuo en cuestión lo sepa, ésta es una variante de una idea ampliamente desacreditada, conocida como la hipótesis de Sapir-Whorf, o relativismo lingüístico: que la estructura de un idioma afecta a la manera en la que sus hablantes piensan.

No es el lugar para discutir por qué esta hipótesis es falsa, pero puede encontrar más información, por ejemplo, en The Language Instinct, de Steve Pinker. La principal razón en contra de la hipótesis es que está demostrado (experimentalmente) que ni los ingleses piensan en inglés, ni los japoneses en japonés; un hecho interesante, por cierto, para quienes practican la meditación al estilo budista. Un niño que aprende a hablar toma el lenguaje de su entorno, cualquiera que sea, y se las apaña tranquilamente con los excesos o limitaciones que éste le ofrezca. Por más que le pese al cabronazo de Heidegger, ni el alemán ni el griego son idiomas con una estructura (obviemos el vocabulario) especialmente adecuada para la filosofía.

Cualquier lingüista le puede informar de otro hecho interesante y contraintuitivo: la complejidad gramatical de un lenguaje no guarda relación con la complejidad de la cultura material, o espiritual, de sus hablantes. Por ejemplo, el fula es un idioma de Africa occidental que tiene cerca de veinticinco clases nominales. En español y en francés, un sustantivo siempre es masculino o femenino… y eso ya es complicado para un angloparlante, que encuentra extraño que las cucharas sean «chicas», y los tenedores, «chicos». A nosotros, por contrapartida, nos parece más complicado el alemán, que mantiene los tres géneros que se atribuyen al lenguaje protoindoeuropeo. Ahora imagine lo que significa que un sustantivo pueda pertenecer a una de veinticinco clases, y que cada clase tenga sus propias reglas para formar el plural.

¿Quiere esto decir que un hispanoparlante cree que las cucharas tienen más que ver con Angelina Jolie que con Brad Pitt? Me concederá que no, igual que un fulani no concibe un mundo con objetos intrínsecamente repartidos en veintitantas categorías. Las clases nominales, como tantos otros rasgos gramaticales, son simples accidentes congelados, provocadas por las mutaciones aleatorias del lenguaje. Un idioma, por lo general, no «evoluciona» para adaptarse a «algo». Puede haber adaptaciones útiles, como las que surgieron junto con la escritura, como las frases subordinadas. Por el contrario, si se mira un idioma como un organismo evolutivo, la mayoría de sus características equivalen a nuestro ADN basura.

Gogo da ne?

Una de las justificaciones que he leído sobre por qué no usar emoticonos es que, en la comunicación escrita, debemos limitarnos a los recursos textuales del idioma, sin necesidad de recurrir a trucos extralingüísticos. Supongo que quienes defienden esta teoría nunca utilizan, al escribir, signos de interrogación, de admiración… ¡y mucho menos, puntos suspensivos! Y antes de que se le ocurra objetar que un signo de admiración no se «pronuncia», sino que se «entona», o que estos son adornos no gramaticales, debo recordarle que estos presuntos adornos se han gramaticalizado en muchos idiomas. Sin ir muy lejos, do you speak English? Nihongo o hanashimasu ka?

El japonés, precisamente, es pródigo en construcciones gramaticales que indican estados de ánimo o emociones. Existe toda una categoría de partículas que se sitúan al final de las frases con este propósito. La más popular quizás sea ne, y la usa Uma Thurman cuando se topa con la colegiala asesina de Kill Bill:

La Mamba Negra contra Gogó

La Mamba Negra contra Gogó

Uma: Gogo da, ne? (eres Gogó, ¿no?)
Gogo: Bingo! Sochi wa burakku mamba. (y tú eres la Mamba Negra)

Es cierto que en castellano podemos añadir un «¿no?» al final de las frases con el mismo fin, pero el ne japonés tiene un propósito adicional: además de solicitar confirmación, indica el sexo del hablante. Las chicas suelen usar partículas como ne, wa o naa, que sonarían ridículas en boca de un hombre. Por ejemplo, cuando una japonesita está muy enamoriscada, puede que le diga al objeto de sus amores: ai shite’ru wa! Literalmente: «amor haciendo estoy +wa». La partícula wa no significa nada en este contexto… excepto indicar que se trata de una chica, y que usa wa para suavizar de alguna manera la afirmación anterior. Si es el maromo quien tiene que pronunciar la dichosa frase, dirá ai shite’ru yo! La partícula yo indica énfasis, y sólo es utilizada por machotes (en un contexto informal, aclaro).

Es más probable, sin embargo, que la efusión amorosa se reduzca a un dai suki, pronunciado dais’kí. Ya puestos con la pronunciación, shite se pronuncia sh’té, y las u y w se pronuncian sin redondear los labios. Y sí: el japonés nos puede parecer un lenguaje «machista» o «clasista», pero en todo caso, es la sociedad japonesa la que ha influido sobre el idioma, y no al contrario.

Palabras cortantes

El uso de estos emoticonos sintácticos intraducibles no se limita al japonés coloquial, sino que podemos encontrar muchos ejemplos literarios. Los famosos haikus deben incluir una palabra de corte, o kireji en su composición. Estos kireji suelen ser partículas intraducibles, muchas veces arcaicas, que funcionan como emoticonos con pronunciación incorporada. En el haiku que cito al inicio del artículo, uno de los más conocidos, la palabra de corte es ya: es una exclamación, sin significado propio, pero con la función de completar las cinco sílabas de la primera frase e indicar un cambio de perspectiva. Otro ejemplo popular:

釣鐘に / とまりて眠る / 胡蝶哉
tsuri-gane ni / tomarite nemuru / kochoo kana
Yosa Buson

Es decir: sobre la campana del templo, se ha posado y duerme una mariposa. En este caso, el corte lo hace la partícula kana que ya no se usa en el japonés moderno, y que podría aproximarse, en este ejemplo concreto, a un ¡vaya! de admiración.

En otras palabras, el japonés es un ejemplo de idioma en el que existen palabras que funcionan como emoticonos, y esas palabras no son patrimonio exclusivo del lenguaje hablado, sino que son parte integral de un importante tipo de poesía.

En resumen…

Hace tiempo que tenía ganas de dedicar un post a alguna de las tonterías de S.S. También deseaba dedicar unos párrafos a desmitificar alguna superstición popular. Un súbito ataque de sapirismo del personaje me ha permitido matar dos pájaros de un tiro.

S.S., como muchos otros idiotas, suele equivocarse confundiendo la causa y el efecto: la gente no se vuelve tonta por escribir con abreviaturas y emoticonos, sino que los tontos suelen utilizar más estos recursos. Pero no hay nada intrínsecamente malo en salpicar la escritura con elementos no textuales que transmitan estados de ánimos o emociones. ¿Le parece correcto?

;)

El «sapirismo» tuvo unos orígenes marcadamente ideológicos, como muchas otras teorías del círculo en que se originó. Actualmente se sigue invocando, conscientemente o no, algún tipo de relativismo lingüístico para defender determinadas posturas del nacionalismo «romántico». Para más información, eche una lectura a Let them die, un conocido ensayo de Kenan Malik sobre estos temas.

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