Steve Jobs

El día que falleció Steve Jobs, Apple habilitó una dirección de correo electrónico para que la gente escribiera lo que había significado para ellas, a lo que respondieron de forma masiva para expresar todo lo que había cambiado en sus vidas gracias a él. Por supuesto, fue portada de todos los periódicos y por todo el mundo se hicieron homenajes a su persona ya sea en forma de artículos alabando su figura, reportajes o diseños ocurrentes como la fusión entre la manzana de Apple y el perfil de uno de sus fundadores.

¡Malo es que te llegue el día de las alabanzas! Pero lo que es cierto es que la figura del líder de Apple fue, y sigue siendo, la de alguien capaz de incitar una reacción en todas las personas, y que no deja indiferente a nadie. La más habitual es la de admiración y respeto a su persona, como si fuera una estrella de rock, como alguien hay que hay que escuchar y hacer caso, puesto que dispone de la verdad en todo lo que dice y hace. Pero, por supuesto, si alguien no opina así, generalmente, piensa todo lo contrario; a saber, una persona totalmente sobrevalorada, desagradable a más no poder, un ser tiránico y despreciable, que imponía su visión a los demás y que pensaba de quienes no compartían esa visión o forma de hacer las cosas que eran unos verdaderos capullos que no valían para nada.

En un movimiento publicitario como cualquier otro tan estudiado de los de la compañía de Cupertino, el libro con la biografía de Steve Jobs llegó a todas las librerías del mundo apenas unas semanas después de su muerte y la gente se abalanzó masivamente sobre él para tratar de encontrar en sus páginas argumentos que respaldaran su opinión sobre Steve Jobs. Así algunos se acercaron reverencialmente a escuchar la voz de su gurú desde el otro mundo, mientras que otros lo hicieron para buscar detalles que permitieran ridiculizarle y darles más argumentos para despreciarle y, por añadidura, si fuera posible, extender ese desprecio a todos los productos de la manzana.

En cualquier caso, y no deja de ser irónico, el libro se situó número 1 en la tienda de libros de iTunes y, por supuesto, en la lista de más vendidos en todo el mundo. Cuando empecé a leerlo, ya había tenido varias dosis del libro por fascículos en forma de artículos en la prensa que iban escribiendo a medida que lo iban leyendo, contando algunas de las cosas que se revelaban en el libro, como que creía erróneamente que su alimentación eliminaba su olor corporal y no se bañaba en meses, lo que hacía que fuera soltando una peste a su alrededor, o su búsqueda de sus padres biológicos y la anécdota de que coincidía en un restaurante con su verdadero padre sin que ninguno de ellos lo supiera, pasando por uno de los momentos finales del libro en el que declaraba que iba a gastar cada uno de los 75.000 millones de dólares que tenía Apple (¡ahí es nada!) en destruir Android por ser un sistema robado.

En primer lugar, sin embargo, voy a tratar de ser sincero y reflexionar sobre lo que conocía de Steve Jobs antes de toda esta parafernalia hacia su persona. Y, sorprendentemente, no hay mucho que contar. Por un lado, sabía que él y otro tío (Steve Wozniak) habían creado Apple en un garaje, y que esa compañía había creado el Macintosh, que fue el primer ordenador que entró en mi casa y con el que aprendí los primeros temas de la informática y que, como es lógico, utilizaba para lo que verdaderamente importaba, que era jugar con mi hermano.

Es verdad que el Macintosh era una pasada de ordenador y que cuando me hablaban de floppy disks yo los veía como algo ya atrasado comparado con los discos de 3,5 que utilizaba el Mac. O el bajón que me dio cuando llegué al colegio mayor y de utilizar una interfaz en forma de ventanas como la del Mac me encontré que tenía que hacer los trabajos en la fría pantalla negra del WordPerfect. Luego llegaría Windows, como quien dice, pero eso es otra historia.

Pero, como es lógico, conocía el Mac y no a Steve Jobs. Está claro que el Mac tenía sus propios problemas que hizo que fuera un ordenador para una minoría y que, al final, se impusiera Bill Gates. Pero yo no volví a saber nada de Steve Jobs hasta que leí en algún sitio que había vuelto a Apple, lo que no me decía nada en especial, o que era él quien estaba detrás de los nuevos productos de la compañía.

Por supuesto, caí finalmente en la trampa mediática de Apple (como cuando uno se compró “El Código Da Vinci” simplemente porque cómo no vas a comprarlo) y me hice un usuario adictivo de sus productos, aunque no puedo utilizar el Mac por el sistema operativo ya que me he hecho a Windows (lo que, nuevamente, vuelve a ser irónico) y no puedo cambiarlo. Y eso me hizo asociar Steve Jobs a un nuevo producto de Apple y a saber si iba a hacer alguna nueva presentación de alguna nueva cosa que fueran a sacar.

Pero seguía sin conocer nada sobre él. Al menos, nada que me hiciera pensar que se trataba de alguien visionario, un líder, un referente de la nueva era en la que vivimos. De hecho, una de las únicas anécdotas que conocía era la de que cuando llegaba a las instalaciones de Apple, a pesar de tener una plaza para él, solía dejar el coche de cualquier manera, en cualquier sitio, sin mirar, y sin pensar, lo que ocasionaba, generalmente, un caos en el aparcamiento a medida que la gente trataba de dejar el coche en otro lado ya que su sitio estaba siendo ocupado por alguien que había tenido que buscar un sitio puesto que Jobs lo había dejado en el suyo.

Y, curiosamente, a mí, que siempre, siempre, siempre, dejo el coche perfectamente alineado entre las dos rayas blancas que marcan mi plaza, ya sea en el trabajo o en cualquier centro comercial, hasta el punto de que si, habiendo bajado del coche, veo que está pisando una de las rayas o, simplemente, demasiado pegado a una de ellas y voy a tener luego algún problema cuando llegue y la plaza de al lado esté ocupada, vuelvo a meterme en el coche y lo vuelvo a colocar hasta que esté perfecto, esa anécdota me parecía describir a alguien con la que difícilmente podría congeniar, o él conmigo.

¿Y qué me ha parecido el libro? Pues he de decir que es bastante ameno y bastante detallado. Lógicamente, tratándose de una biografía, hace mucho el que sea una persona actual y el que existan muchas personas (siento el toque macabro) que le hayan sobrevivido. Y ese nivel de detalle hace que sea hasta un buen libro de gestión, como de esos de los 7 hábitos de las gente altamente eficiente, puesto que describe bastantes de las ideas que debía tener Jobs sin necesidad de comprarse otros libros de esos que ahora te encuentras en cualquier lado con las ideas de Steve Jobs en sus propias palabras y que, por cierto, son bastante cortos.

Quizás tiene el pero de que el autor tiende al protagonismo con muchos pasajes, como en los que escribe que “cuando le dije a fulano lo que había dicho mengano”, lo que da vergüenza ajena por lo de ir de chivato y acusica de un lado para otro; o como cuando describe que ha tenido la oportunidad que pocos mortales tienen de entrar en el templo del diseño de Apple rodeado de fuertes medidas de seguridad; o cuando llega al final y cuenta que comía con Jobs después de la presentación de tal y cuál producto.

Por otro lado, tiende a la simplificación puesto que repite demasiadas ideas que no dan para mucho, pero que extiende como si fueran un chicle, como la del “campo de distorsión de la realidad” de Jobs, o su creencia en el enfoque integrado y cerrado de sus productos como si fuera el axioma sobre el que se construye todo Apple, o la idea del cruce entre la tecnología y las humanidades. Se trata de unas reflexiones a las que recurre frecuentemente a lo largo del libro y que las hace pesadas y casi sin contenido.

Pero creo que el defecto principal del que adolece el libro es que parece ser algo que trata de no ser: un libro por encargo. Como casi siempre, especialmente en las biografías, es difícil no tomar partido. Está muy bien eso de la objetividad plena y del no caer en opiniones o ideas subjetivas, pero, al final, o defiendes a alguien, o le criticas, especialmente cuando se trata de una personalidad polémica, sea Steve Jobs o sea, por decir algún otro, José Mourinho. Y al tomar partido por Jobs, lo cuál no es extraño, y pese a que el autor defenderá que no lo ha hecho aunque sí lo parezca, tal vez por la elección de las palabras o tal vez por ese afán de protagonismo que lo sitúa cerca de la posición de Jobs, o, simplemente, porque el roce hace el cariño, más cuando alguien tan atrayente como Jobs te elige para ser su biógrafo (porque piensa que “puedes conseguir que la gente hable abiertamente”), no puedes evitar pensar que se trata de un libro pensado para contar una verdad cercana a la del fundador de Apple.

De hecho, Jobs nunca leyó el libro. Lo cuál incita a pensar cuál sería su opinión sobre el mismo. Por un lado, no puedo evitar pensar en que no le gustaría por muchas razones: porque si es verdad que le gustaba la simplicidad, cuando viera un tocho de 700 páginas pensaría “¡vaya mierda!”; porque, si es verdad que era un maniático al que las cosas o le encantaban o las odiaba, en cuanto leyera algo que no le gustase pensaría “¡vaya mierda!”; o, tal vez, porque no parecía alguien que se dejase llevar por la lectura y puede que pensara, incluso, que se trataba de un libro por encargo, que el autor podía haberlo hecho mejor, y que debía haber sido más incisivo y haber profundizado más, así que pensaría “¡vaya mierda!”.

Yo, por mi parte, sí que le he dado vueltas a algo sobre lo que pienso algunas veces cuando me encuentro con este tipo de personajes que arrastran a los demás, inspiran y provocan un seguimiento casi mesiánico hacia su figura. Un líder, vamos. Y es la pregunta de qué es lo que les hace ser esos líderes.

Hay muchos libros sobre el liderazgo, pero siempre es sorprendente verlo en acción. Y cuando, por ejemplo, lees como alguien que viste de una manera andrajosa, con greñas y maloliente, se planta delante de un Director General y consigue lo que quiere, te preguntas, “¿cómo lo habrá hecho?”. O, cuando ves que alguien le chilla a otro que lo que ha hecho es una mierda, porque puede hacerlo mejor, y esa persona no para hasta conseguir hacerlo incluso superando toda expectativa. O como alguien se planta delante de un auditorio, o de una multitudinaria reunión, y comienza a hablar hasta que parece anular la razón de todo el mundo y, poco a poco, se entusiasman, lo visualizan, creen en la idea, y se ponen a conseguirla con todas sus fuerzas o, simplemente, creen que no pueden vivir más sin ese producto… Todo ello me hace preguntar: “¿pero cómo coño lo consigue?”.

Una de las anécdotas que más me ha gustado del libro es aquella en la que está buscando un cristal para el iPhone que sea, como siempre, perfecto. Finalmente, tiene una reunión con un presidente de una compañía, que además es ingeniero, y, aunque al principio Jobs es reticente y le empieza a hablar sobre lo que sabe de cristales hasta que el presidente le corta y le dice que no tiene ni idea y le convence de que el cristal es perfecto, Jobs decide que es lo que quiere. Así que se dirige al presidente y le dice que lo necesita en seis meses para pasar a producir el teléfono con el cristal.

El presidente le comenta que no se ha explicado bien. Que era un prototipo que habían dejado porque no le habían encontrado mercado, que no estaba preparado y que no podían lograrlo en ese plazo. Jobs se queda mirándolo fijamente y le dice que sí que puede hacerlo. Que lo interiorice y que comprenderá que puede hacerlo. Sorprendentemente, el presidente se revela y le suelta que ninguna ilusión basada en una falsa autoconfianza puede hacerle resolver los problemas de ingeniería a los que se enfrentan. Pero Jobs le dice que puede hacerlo y que sabe que lo harán. Y, por supuesto, lo hicieron. Tuvieron que remover cielo y tierra, pero lo hicieron.

Y con el logro, vino el orgullo de haberlo conseguido. El presidente de la compañía habla de que era la cosa más increíble que le había pasado en su vida. Y cuenta el libro que en su despacho, en el que no había cosas personales ni ningún detalle llamativo, había enmarcado un correo que les había enviado Jobs tras la presentación del iPhone en el que escribió: “Sin vosotros, esto nunca habría sido posible”.

“Hacer lo imposible es bastante divertido”, cita el libro en un momento dado esta frase de Walt Disney. Y en él hay muchos de estos pasajes increíbles (¿veis por qué digo que parece un libro por encargo?), como la de un programador que desarrolla para el Macintosh la posibilidad de superponer unas ventanas encima de otras porque piensa que alguna vez lo vio en un centro experimental aunque nunca lo hizo porque nunca se había llegado a desarrollar. “Yo lo creé porque pensaba que ya estaba hecho, sin saber que hasta ese momento nunca nadie lo había logrado”.

Pero, a la vez, me hace pensar que esa confianza en una idea, en una visión, es tremendamente atractiva para la gente, y arrastra a las personas. Por supuesto, tienes que tener una confianza a prueba de bombas porque en el momento en que te preocupe lo que la gente piense de tu idea estás muerto, porque estarás renunciando a ella y tratarás de cambiarla para que a la gente le guste. Tienes que pasar por encima de ellos para defenderla.

Pero las personas, cuando vemos a alguien defender con vehemencia algo, nos sentimos arrastradas por lo que dicen. Tal vez no seamos muchos. Tal vez algunos pensemos que eso es una tontería y lo dejemos por chorra. Pero no necesitamos que sea toda la humanidad la que siga a alguien para que sea un líder. Basta con que les sigan alguno. Un líder no se define por la cantidad de personas que le siguen, sino simplemente por el hecho de que hay personas que le siguen. De hecho, también le define las personas que no le siguen.

Pero ese seguimiento no se basa sólo en que nos guste lo que nos dicen. No se trata sólo de que sigamos una idea. Lo que tienen los verdaderos líderes es que les seguimos a ellos, porque son atractivos para nosotros, y curiosamente no por lo que dicen, sino por cómo lo dicen, cómo lo expresan. Lo hacen de una manera que nos apasionamos, hasta nos convencen de ello aunque al principio lo rechacemos. Y, al final, crees en ello. Y te pones a trabajar para conseguirlo, o cualquier otra cosa que sea lo que están pidiendo que hagas.

Steve Jobs tenía eso. Tal vez es eso que se llama don de gentes. Tal vez era, simplemente, un gran manipulador. Siempre hay diferentes maneras de ver las cosas. Tal vez era atractivo por lo que consiguió. La transformación de Apple es, probablemente, la historia más increíble que se ha visto en el mundo de los negocios. Pero Jobs estuvo a punto de no ser nada, de quedar en un bluff. Su ordenador Macintosh no fue un éxito y le echaron de Apple porque no le aguantaban. Después vagó por otra empresa que creó y con la que no consiguió gran cosa, aunque le salvara Pixar y, en concreto, Lasseter. Pero seguía teniendo sus ideas. Y, al final, en un irónico golpe del destino, Apple volvió a él comprando su compañía y haciéndole Consejero Delegado. Si no lo hubiera hecho, Steve Jobs habría seguido siendo Jobs, pero no hubiera sido la figura idolatrada por los medios que es ahora.

Tal vez nos sentimos atraídos por las figuras que consiguen logros increíbles como aquellos a los que interiormente aspiramos. Tal vez nos volvemos a ellos para descubrir cuál es el secreto de su éxito. Tal vez por eso hacemos de una biografía el libro más vendido: tal vez nos enseñe algo. Tal vez nos enseñe a ser ese alguien que aspiramos ser.

Curiosamente, Steve Jobs no escribió ningún libro. A diferencia de otros gurús de los negocios, que escriben libros con sus historias y en los que describen su visión (estoy pensando en, por ejemplo, Jack Welch), no existen textos suyos que se conozcan. De hecho, lo único que se le parece es su famoso discurso de graduación de Stanford. Es un discurso relativamente corto (¡nada de tochos de 700 páginas!) y simple. En el libro se cuenta que trató de que alguien se lo escribiera (en concreto, nada más y nada menos que Aaron Sorkin). Al final, se acercaba el día, no tenía nada, le entró el pánico y, una noche, se sentó y lo escribió de un tirón y lo revisó con su mujer.

Y se trata de un discurso tremendamente inspirador. Su encanto reside en su sencillez y en su planteamiento. Cuenta tres historias. Como un guion de un episodio de una serie de televisión. Y cada historia tiene su lección vital, por así decirlo. Así que se trata de lo más personal que conozco que haya dicho Jobs. Y, aunque creo que debía ser una persona bastante desagradable en el trato personal y que no debía ser nada, nada fácil estar con él, lo que, desde luego, no le hacía alguien recomendable a imitar, cuando lo leo, y lo vuelvo a leer, también he de reconocer que, efectivamente, tenía algo que lograba arrastrar a los demás. Por eso era Steve Jobs.

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