Latitudes póstumas

Tenía ganas de abalanzarme sobre el último libro de Michael Crichton, más que nada, por eso, porque era el último. Siempre hay algo de morboso en un libro póstumo. Supongo que uno espera una especie de testamento vital, una última visión sobre el sentido de la vida y similar. Pero, el “manuscrito completo descubierto en los archivos del novelista después de su muerte en 2008” tiene poco de grandilocuente y existencialista.

Crichton se ha caracterizado siempre, a mi modo de ver, por su carácter de divulgador científico más que por su, por así decirlo, construcción de personajes, que son descritos usando los más típicos estereotipos que uno pueda echarse a la cara. Su definición simple de buenos y malos, y las aventuras que inundan las páginas de sus libros no son sino excusas para exponer sus ideas sobre los más variopintos temas.

Así, todo cabe en un libro de Crichton, desde la matemática del caos (Parque Jurásico) hasta la teoría de la evolución (El Mundo Perdido), pasando por la nanotecnología (Presa – espectacular la idea de nanopartículas inyectadas en la sangre y que se “juntan” formando una lente que transmite imágenes a un ordenador), la física cuántica (Timeline – Atrapados en el tiempo), el choque cultural-empresarial Occidente/Japón (Sol Naciente), la industria tecnológica (Acoso), la industria aeronáutica (Airframe), la teoría de la relatividad (Esfera) o la genética y porqué no se debe patentar el ADN humano (Next).

Porque Crichton es un escritor apasionado cuando escribe lo que piensa de aquellos temas que le interesan como demostró con su mejor novela, Estado de Miedo, en la que se tira medio libro zurrando a los defensores del cambio climático, otro medio a las ONG y, cuando puede, a los medios de comunicación que utilizan ese estado de miedo que da nombre a la novela. Y, para rematar el libro, se desmarca con una Nota del Autor final de 5 páginas y un Anexo de porqué no se debe politizar la ciencia de otras 6, por si no nos había quedado clara su opinión. Terminó compareciendo en el Congreso americano exponiendo sus ideas sobre el calentamiento global…

Eso no significa, por supuesto, que uno tenga que ponerse a despotricar de los científicos que defienden el cambio climático o a pedir la devolución de todas las donaciones que uno ha hecho a las ONGs (aunque, bueno, son ideas), pero lo que hace refrescante leer cualquier libro de Crichton es que por muy banales y simples que puedan ser las historias que cuenta (¡dinosaurios en un parque de atracciones, por favor!), siempre hay algo en ellos que te hace pensar y estimula la imaginación, lo que, en los tiempos que corren no es poca cosa.

Dicho lo anterior, que nadie espere una gran disertación científica en Latitudes Piratas. En esta historia de, por si no os lo habíais imaginado, piratas, lo que hay son aventuras y está más en la línea de otra novela de época anterior de Crichton, El gran robo del tren. Pero lo que sí hay son tópicos. De hecho, creo que si uno piensa en piratas, y se le vienen imágenes a la cabeza, o elementos habituales en este tipo de historias, todos ellos los encontrará aquí.

Para empezar, los personajes. Tenemos al capitán corsario, que no pirata, una especie de  cruce entre ingeniero aeroespacial y George Clooney (aunque estoy seguro que algún ingeniero alzará una ceja al saber que semejante fusión es posible); a la esposa infiel que se pirra por los chicos malos; a la chica guapa que sufre y que le gustan los chicos malos; a la chica que no sufre y que le gustan todos los chicos; al asesino despiadado muy útil salvo cuando se pasa de la rosca; al timonel que se las sabe todas y molesta poco; al experto en armas, aunque se vea limitado por la época en la que vive (¡qué pena que no se hubiera inventado aún el C4!, y no me refiero al coche); al musculoso asesino que resulta ser mudo (¡nadie es perfecto!);  a la chica que se hace pasar por chico, y que ve hasta la cursiva en una moneda de 1 céntimo; al malo, maloso, que mata sin piedad y que, además, es español; al gobernador corrupto, pero buena persona y al servicio de la Corona; al ayudante del gobernador que también quiere ser corrupto, pero que tiene que trepar para ello…

En cuanto a la historia, pues que los españoles son malísimos, no sólo por sus actos, sino porque son holgazanes, vagos, prefieren jugar a las cartas y beber alcohol en lugar de hacer guardia y, encima, son unos pésimos marineros. Que los actos de piratería están condenados pero la patente de corso es otra cosa. Que los piratas tienen un código de honor que hay que respetar. Y, por supuesto, mi favorita, y es  que en el Caribe hace un calor de mil demonios.

Pero he de reconocer que el libro es ameno y se lee rápido. Además, algunos pasajes están logrados y llaman la atención, como, por ejemplo, algunas escenas finales por su brutalidad. Lo que revela que Crichton, a pesar de todo, sabía escribir y mantener la tensión a lo largo de escenas que se van sucediendo sin pausa, peligros que van y vienen, y soluciones que desafían la lógica en algunas ocasiones pero que, una vez que hemos aceptado las reglas del juego, no impiden que sigamos pasando una página tras otra.

Es una pena que ya no podamos pensar de vez en cuando eso de “¿de qué ira el próximo libro de Crichton?”. También el saber que ningún otro autor ha heredado esa capacidad para la divulgación con la que contaba, y que sólo había conocido antes a través de otro escritor genial como era Isaac Asimov. Supongo que debo aceptar la búsqueda como un nuevo reto a través de las numerosas novedades editoriales (¡se aceptan sugerencias! Y no me vale Dan Brown por razones obvias…).

Siempre nos quedará volver a releer sus libros, aunque, como suele ocurrir en estos casos, puede que alguno de ellos no soporte el paso del tiempo. También tenemos ese rumor de que hay un segundo libro póstumo al que le están terminando de dar los retoques para poderlo publicar. En cualquier caso, una historia se acaba y otras muchas comienzan. Es ley de vida. Descanse en paz.

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Una respuesta a Latitudes póstumas

  1. Ian dijo:

    Hubiese jurado que en el Caribe hace siempre un calor de mil demonios…

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